
PINTOR.- Nació en Quito entre los años 1.620 y 30, hijo legítimo de Lucas Vizuete y Juana Ruiz, mestizos, vecinos de la colina de Buenos Aires, parroquia de Santa Bárbara, en las afueras de Quito, donde tenían una modesta casa; también eran propietarios de un solar ubicado en San Sebastián.
Al quedar huérfano de padre fué adoptado por el Regidor y Fiel Ejecutor del cabildo de Riobamba Hernando de Santiago, que vivió en Quito entre 1.633 y 36, quien le dió su apellido. No se conocen mayores detalles de su niñez y juventud, ignorándose sus maestros de arte.
A los veinte años abrió un taller en su casa de la colina, donde vivió y trabajó con su mujer Andrea de Cisneros y Alvarado, de raza blanca, que no aportó bienes al matrimonio, hija legítima de Francisco de Cisneros y de Juana Alvarado, prima segunda de Mariana de Jesús, con quien tuvo trato familiar en casa de sus padres.
De este matrimonio nacieron dos hombres y dos mujeres, los primeros murieron jóvenes y sin sucesión, su hija Juana murió a fines de siglo dejando un hijo llamado Agustín, que vivía con su abuelo y el pintor y era su regalón. Su otra hija, Isabel, era casada con el Cap. Antonio Egas-Venegas y también pintora de profesión, que había aprendido junto a su progenitor y se especializó en óleos sobre la infancia de la Vírgen y el niño Jesús, adornados con florecillas y animalitos, detalles reveladores de la delicadeza de su espíritu. Igualmente se conoce que en 1.703 ella pintó un retrato de Sor Juana de Jesús, religiosa clarisa, murte en olor de santidad, a quien había tratado y por eso recordaba sus rasgos faciales. El cuadro salió "sino con perfección, con alguna semejanza", según dice el padre Francisco Javier Antonio de Santa María en su "Vida prodigiosa de la Venerable Vírgen Sor Juana de Jesús".
Unicamente con estos datos es aventurado realizar una biografía de Miguel de Santiago, pero siguiendo la línea de su arte destacaremos que su primer trabajo y el más importante de su carrera le fué encargado por el Padre Basilio de Rivera, del Convento de San Agustín, quien le solicitó una serie de cuadros gigantescos con episodios de la vida del santo Obispo de Hipona, para lo cual el artista se inspiró en los grabados de Bolswet, recién llegados de Europa.
Cada Cuadro está trabajado con figuras centrales que resaltan la composición, formada de estructuras arquitectónicas, paisajes y distancias atmosféricas. Con este conjunto el pintor obtuvo fama y clientela, siendo muy estimado por los agustinos que lo querían como a uno de los suyos.

Por entonces inició la serie de ocho lienzos de 1,28 x 1,78 mtrs. de "La doctrina cristiana" para fácil comprensión del pueblo y por encargo de Fray Antonio de Onramuño; los cuatro cuadros con efigies para adorno del convento de la Merced, así como doce óleos que hoy se exhiben en el Museo de Quito, representan otros tantos artículos del Credo y han sido calificados como "obras de ambiciosa composición, ricos en figuras, paisajes, motivos arquitectónicos". También pintó otros para la sacristía de la Iglesia de Guápulo, donde se revela su preocupación por el paisaje andino, copiado con gran realismo.
Su fama traspasó los linderos de la Audiencia y llegó a Bogotá, intercambió regalos con el pintor bogotano Gregorio Vásquez de Arce y Cevallos, su contemporáneo y el más famoso en esos pagos, a quien se dice que obsequió el lienzo "El Alabado", hoy en la iglesia de San Francisco de la capital de Colombia. Muchas de sus pinturas salieron al exterior, sobre todo a Roma, a donde fueron enviadas por su perfecto acabado y composición, según informaron Jorge Juan y Antonio de Ulloa en "Noticias secretas de América". De Santiago escribieron que "el colorido de su obra es sobrio, usa tintes vegetales que él mismo mezcla, predominando los tonos grises, sombríos y el claroscuro". Sus pinceladas eran largas y ágiles, sabía dibujar, no detallaba, pecando de defectos en la perspectiva.
Testó en Quito el 31 de diciembre de 1.705 y murió el martes 5 de Enero siguiente. Su cadáver fue colocado en una sala, sin puertas, tendido en el suelo y amortajado con el hábito de San Agustín, un crucifico sobre el Pecho y cuatro velas de a libra puestas a los lados. El cortejo fue presidido por el Párroco de Santa Bárbara, la misa se cantó en la Iglesia de San Agustín y su entierro en la capilla de dicho convento ante nutrida concurrencia de amigos, discípulos y artistas. Su testamento fue hallado a principios de siglo por el historiador Alfredo Flores y Caamaño.
Sobre Miguel de Santiago se cuentan numerosas leyendas que lo presentan de genio fuerte y arrebatado hasta llegar al crímen. Un Oidor de la Audiencia le comisionó la confección de su retrato. El artista lo terminó y debiendo viajar a Guápulo, se lo encargó a su esposa, mientras se secaba en el patio. Ella se descuidó y entonces un cerdo lo ensució; al regresar el artista y descubrir que su obra estaba retocada en la mano, montó en cólera, pidió aclaraciones y descubrió que había sido su discípulo Nicolás Javier de Gorívar, a pedido de la asustada mujer. Entonces despidió al discípulo y atacó a su cónyuge con espada, cortándole una oreja. Llegado el Oidor, le afeó su conducta, pero tuvo que huir porque el artista lo persiguió con intenciones de matarlo. A consecuencia de ese suceso Santiago pidió refugio en el Convento de San Agustín para evitar la prisión que se había ordenado en su contra dentro del juicio criminal iniciado por la oreja.
Otra leyenda dice que Santiago estaba copiando los rasgos de un Cristo agonizante, habiendo amarrado a un discípulo en una cruz, pero no contento con la expresión le dió un lanzazo al costado, logrando captar el sufrimiento en toda su magnitud, tras lo cual el infeliz modelo falleció y el artista se escondió en el convento de San Agustín, donde vivió pintando al amparo de sus protectores por espacio de algún tiempo, hasta que el crímen fue olvidado.
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